Importancia de las Cruzadas
Periodista esp. e investigador
Si hubiese que establecer una época dentro de la Historia en la cual se establezca como el período de mayor poder de la Iglesia Católica, sin dudas dicho período sería la Edad Media, que comenzó a fines del V con la caída del Imperio Romano de Occidente, y dio paso al sacro imperio romano-germánico, precisamente porque el poder máximo estaba en puja entre papas y emperadores.
Aunque pudiera parecer que el enfrentamiento entre cristianos y musulmanes viene desde que el profeta Mahoma empezara sus prédicas, lo cierto es que la relación entre ambas religiones pudo ser más o menos buena, pero no se agrió hasta que empezaron las cruzadas y todo el integrismo y los actos salvajes que las acompañaron.
Las cruzadas consistieron en una serie de campañas militares por parte de los reinos cristianos (eso es, cuyos monarcas debían obediencia al papado o a la iglesia ortodoxa oriental) contra los reinos de confesión musulmana, mayormente para conquistar (recuperar, en la terminología cristiana de la época) jerusalén y los santos lugares.
Pese a que generalmente se consideran las cruzadas “oficiales” como aquellas que fueron lanzadas desde el papado para “recuperar” tierra santa, enfrentamientos anteriores entre reinos de ambos mundos pueden considerarse como tales, como por ejemplo la llamada “Reconquista” de la Península Ibérica por parte de los reinos cristianos (Condados Catalanes, Aragón -posteriormente Corona Catalano-Aragonesa al fusionar las monarquías de ambos-, Navarra, Castilla, León, Portugal…).
También la resistencia de los reinos de Europa del Este, como Hungría, frente a los invasores otomanos (de confesión cristiana) revistió tintes de cruzada en cuanto enfrentamiento entre religiones.
Otra cruzada es la que emprendieron los caballeros de la Orden Teutónica para conquistar las tierras de los prusios originales, llegando a conquistar una amplia porción de terreno que quedaría al norte de la actual Polonia, abarcando parte de Lituania. Los enfrentamientos con Polonia, otro reino cristiana, desgastaron a la orden hasta hacerla desaparecer.
No obstante, la realidad es siempre más complicada, y en estas campañas se utiliza la religión como excusa por parte de unos para responder a ansias de poder político o económico.
En el presente artículo nos centraremos en las cruzadas cuyo objetivo fue el de “recuperar” Tierra Santa para los cristianos, una conquista si lo miramos desde el prisma del mundo musulmán.
La primera cruzada fue convocada en 1095 por el Papa Urbano II en respuesta a una petición de auxilio del emperador bizantino Alejo II.
Urbano II prometió el perdón de todos los pecados a quienes acudieran a defender los reinos cristianos de oriente y los peregrinos cristianos que iban a Jerusalén, de la amenaza de los turcos.
Quienes respondieron en primer lugar al llamamiento papal fueron personas humildes, que viajaron a pie a través de Europa, conformando una turbo que provocó disturbios, robos y otros incidentes, por allá donde pasaba. Al llegar a territorio turco, fueron aniquilados debido a su inexperiencia militar, escaso armamento, y todavía peor preparación para la batalla.
Paralelamente, caballeros y señores feudales de varios reinos europeos como Francia, el Sacro Imperio, los diversos reinos de la Península Itálica, Inglaterra, etc, iban preparando sus huestes para conformar lo que sería la cruzada militar.
Esta cruzada, conocida como “la de los príncipes”, prometió devolver todas las tierras conquistadas a manos del Imperio Bizantino, promesa que finalmente incumplieron los nobles que la formaban.
Una vez en territorio asiático, aprovecharon la desunión del bando musulmán, para hacerse con diversos territorios de Anatolia que, de forma efectiva, devolvieron a Bizancio, pero cuando balduino (futuro rey de Jerusalén) llegó a Edesa y consiguió coronarse rey de dicha ciudad, no transfirió la soberanía a los bizantinos, sino que convirtió el reino en el Condado de Edesa.
Mientras tanto, el resto del ejército cruzado se dirigió hacia Antioquía, ciudad que sitió no sin sufrir graves penalidades, y que acabó conquistando, provocando una gran matanza de sus pobladores y sometiendo la urbe a saqueo.
Esta será una constante en esta primera cruzada: más que perfectos caballeros cristianos con todo lo que ello supone, los cruzados se comportaron como auténticos energúmenos asesinos, pillando y matando tanto entre musulmanes como entre cristianos de diversas confesiones.
En Antioquía también afirmaron haber encontrado una reliquia de la Lanza del Destino.
En 1099 se producía el sitio y la captura de Jerusalén, episodio marcado por la gran violencia aplicada por los cruzados.
Conquistada gracias a una ayuda genovesa de última hora, cuando los guerreros cruzados accedieron a la ciudad entraron a mata degolla sin respetar nada ni nadie. Algún testigo llegó a afirmar que los ríos de sangre que circulaban por las calles llegaban hasta los tobillos de la gente…
Godofredo de Bouillon fue el primer rey de Jerusalén, cumpliendo así con la palabra dada por los cruzados de recuperar los santos lugares, aunque infringiendo su juramento hacia el Imperio Bizantino al crear los reinos cristianos en Tierra Santa y no devolver los territorios conquistados a la corona de Bizancio.
A partir de aquí, los nuevos reinos cristianos iniciaron un periodo de consolidación. Muchos de los caballeros que habían luchado en esta cruzada regresaron a Europa para retomar sus vidas, mientras llegaban otros para explotar las oportunidades nacientes.
La segunda cruzada fue lanzada en 1145 tras la caída del Condado de Edesa, el primer reino cruzado creado.
Respondieron numerosos caballeros europeos, cuyo primer punto de escala en su trayecto hasta oriente fue la Península Ibérica, ayudando a las tropas portuguesas a conquistar Lisboa.
Por tierra se dirigieron hacia Bizancio cruzados del centro de Europa, a quienes el emperador bizantino Manuel I apresó a pasar a Asia en cuanto llegaron a Bizancio. Una vez en Asia, el contingente se dividió en dos y cada una de las partes resultantes fue masacrada.
No les fue mejor a los franceses, que llegaron a los mismo lugares en los que habían sido derrotados los alemanes unos días más tarde, y se encontraron, más tarde o más temprano con el mismo fin, o bien muertos por hambre o por enfermedades.
Con las tropas que pudieron concentrar en Jerusalén, los cruzados optaron por atacar y asediar Damasco. Pero aquí toparían con la horma de su zapato en la figura de Nur ad-Din, caballero musulmán gobernador de Mosul al cual la ciudad de Damasco acabó rindiendo pleitesía. Con él se plantaría la simiente del resurgir musulmán y se empezaría a considerar seriamente la reconquista de Jerusalén en el nombre de la media luna.
Tras el fracasado cerco de Damasco, los cruzados ganarían algunos territorios a Egipto.
La más famosa de todas las cruzadas, por los personajes que intervendrían en ella, fue la tercera.
En 1187, y aprovechando la desunión de los reinos cristianos de oriente, así como la escasa atención que sus parientes cristianos les ofrecían, el sultán de Siria y Egipto (territorios que había conseguido unificar bajo su mando) Salah ad-Din (conocido en español como Saladino), había conquistado Jerusalén.
La falta de visión de Guido de Lusignan, rey consorte de Jerusalén que tomó la decisión de enfrentarse en campo abierto a las poderosas huestes de Saladino, llevó a la derrota de los Cuernos de Hattin.
A diferencia de la matanza protagonizada por los cristianos en 1099, la toma de Jerusalén por parte de las tropas de Saladino fue incruenta.
La motivación de la tercera cruzada es la “liberación”, nuevamente, de la Ciudad Santa.
La toma de la ciudad conmocionó a una Europa que no hizo la introspección necesaria para analizar exactamente qué había pasado ni darse cuenta de su dejadez en la ayuda a los reinos cristianos de oriente. En 1189, el Papa Gregorio VIII convocaba a una nueva cruzada.
Los personajes más relevantes de esta cruzada fueron Federico I Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, Felipe II Augusto de Francia, y Ricardo I de Inglaterra, más conocido como “Ricardo corazón de león”.
Federico se ahogó mientras se bañaba en el río Salef (actual Turquía), provocando con ello que sus tropas volvieran a sus territorios de origen.
Los franceses llegaron antes a las costas asiáticas, participando en el asedio de Acre, al que los ingleses se sumaron más tarde. Tras conquistar la ciudad, Felipe II volvió a Francia, dejando a Ricardo I sólo en la brecha.
Si bien en la historia popular europea occidental, Ricardo se a visto como un gran caballero (recordemos, si no, su rol en los filmes dedicados a la figura de Robin Hood), la realidad es que Ricardo se comportó como un bárbaro, y tras la toma de Acre hizo asesinar sin muchos miramientos a miles de prisioneros musulmanes.
En cambio, su oponente, Saladino, fue reconocido como un caballero virtuoso tanto en el campo musulmán como por el cristiano, con muestras de admiración por parte de los cronistas cristianos de la época por su comportamiento respecto a sus enemigos en el campo de batalla.
Ricardo desestimó la toma de Jerusalén por motivos logísticos, buscando un pacto con Saladino que abriera el acceso a la Ciudad Santa a los peregrinos cristianos.
En aquel momento no lo sabían, tal vez eran conscientes de ello de una forma inconsciente, pero la cristiandad no volvería a poner los pies en Jerusalén como poder administrativo hasta muchos siglos después, si exceptuamos un breve periodo de tiempo entre 1228 y 1244.
La cuarta cruzada, promulgada por el Papa Inocencio III en 1199, tenía como objetivo atacar Egipto. No obstante, la intervención veneciana varió su curso.
Los venecianos estaban interesados en atacar Hungría, por lo que llegaron a un trato con los cruzados: estos últimos no podían pagar el importe total de su transporte, así que aceptaron trabajar de mercenarios para los venecianos.
Su primer destino fue recuperar Zara, una ciudad en la costa dálmata, que había sido recientemente arrebatada a los venecianos por parte de los húngaros. Hungría era un reino cristiano, así que el Papa no tardó en excomunicar a los cruzados.
Su siguiente destino sería Bizancio: un pretendiente al trono imperial (bien visto por Venecia, por cierto) propuso a los cruzados recuperar el trono para él. Los cruzados marcharon para tierras griegas, atacando varias ciudades y llegando a Bizancio en 1203. Pudieron sitio a la ciudad pero, finalmente, llegaron a un acuerdo con los defensores que permitió a su pretendiente gobernar conjuntamente con el padre del emperador depuesto.
No obstante, el nuevo co-emperador no pudo hacer frente a los pagos prometidos a los cruzados, lo que llevó a un nuevo sitio a Bizancio por parte de estos últimos en 1204.
Cuando los cruzados lograron penetrar los muros de Bizancio, las escenas que se dieron fueron las mismas que el 1099 en Jerusalén.
Si alguien se pregunta cómo pudo pasar esto contra quienes eran, teóricamente, correligionarios cristianos, decir que los cristianos de oriente habían dejado de deber obediencia al papado, en el primer gran cisma del cristianismo, y entre ambas confesiones existía un odio sectario (como en el Islam entre chiítas y sunnitas).
La cuarta cruzada finalizaba aquí, sin siquiera “oler” Tierra Santa, y marcaba un declive en las cruzadas que harían que estas se diluyeran.
En 1291 caía en manos musulmanas Acre, el último bastión cristiano en Tierra Santa, aunque los cristianos recuperarían temporalmente el control de Jerusalén en 1228 y hasta 1244, como he mencionado con anterioridad.
Las acciones que se emprenderían a partir de aquí bajo el nombre genérico de “cruzada” difícilmente accederían a Tierra Santa.
Así, Egipto y Túnez fueron objetivos, que si bien oficialmente respondían a un ataque indirecto sobre los Santos Lugares, más bien correspondían a los intereses de los estados cristianos.
Las cruzadas, más que una reconquista como se ha querido ver por la historiografía occidental durante mucho tiempo, fue un proceso de conquista.
Y, además, llevado a cabo con gran brutalidad, de forma que cambió la relación entre las religiones cristiana y musulmana (que ambos bandos habían podido sobrellevar más o menos de buena forma) envenenándola por completo, tanto por uno como por otro lado.
Trabajo publicado en: Ene., 2014.
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