Importancia del Desenlace

En la creación literaria el escritor maneja una compleja carpintería para construir una obra. Cada aspecto es relevante: personajes, argumento, periodo histórico, posición del narrador… Tras finalizar el proceso creador, la obra llega a las manos del lector, quien empieza a bucear en la historia. Y casi desde el principio hay un anuncio, una pregunta: cuál va a ser el desenlace.

Pensemos por un momento en la palabra desenlace. Hace referencia a un lazo que se suelta, se desata. Es lo que sucede con cualquier historia. Primero aparece paulatinamente quién, cómo y dónde suceden los acontecimientos. Luego, el narrador desarrolla, explica, confronta todos los elementos. Y finalmente llega el momento culminante, el desenlace, el instante donde todo se disipa. Se trata de una revelación esperada. Sin embargo, hay que intentar impactar al lector, jugar con él, hacerle creer que el desenlace iba a ser uno y, de pronto, es todo lo contrario, algo inesperado.

El desenlace puede ser previsible, lógico, inaudito, triste o enigmático. Una buena historia es aquella en la que el desenlace no deja indiferente al lector, quien también tiene in mente su propia fórmula para acabar la historia.

Vemos, por tanto, que hay un diálogo entre los dos protagonistas, el lector y el escritor. El primero quiere leer entre líneas y proyecta en su imaginación un punto final de un color y una textura determinada. Y el escritor oculta sus intenciones. En realidad el juego entre ambos acabará cuando se cierre el libro y regrese a su estantería habitual.

Toda historia tiene un desenlace, e incluso podría darse una paradoja: una ausencia de desenlace es otra manera de quitar el lazo definitivo a la narración.

Cada género literario tiene sus propias pautas a la hora de enfocar un desenlace u otro. La comedia opta por un final feliz, la tragedia finaliza con la muerte del héroe y el drama tiende al dolor y a la amargura como conclusión.

Y como se ha dicho ya, el desenlace puede llegar y llega, porque toda historia empieza y acaba, como la propia vida con su desenlace final.