Importancia de la Primera Infancia
En los primeros años de vida se afirman las bases del desarrollo (cognitivo, emocional, social, físico), que sostendrán a la persona por el resto de su vida, así como las vigas de un edificio. Según la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura), la Primera Infancia es el tiempo que abarca desde el nacimiento hasta los ocho años de edad. Es un momento de gran desarrollo en todo el espectro físico y mental, en consonancia con la influencia del entorno, ya sea para favorecer -o no- un crecimiento pleno.
Dentro de estos primeros ocho años, la Medicina y la Nutrición destacan los primeros 1000 días, como aquellos fundamentales para la promoción de la salud, por medio de los cuidados médicos (vacunas, controles de rutina, atención y/o medicación y tratamientos específicos según las necesidades particulares) y la alimentación (lecha materna o de fórmula, alimentación complementaria, suplementos nutricionales).
Para la Psicología son también fundamentales los primeros mil días, ya que el “cachorro humano” nace sumamente desvalido -psíquicamente-, sin un chip que le indique qué hacer -que sí lo tienen el resto de las especies animales-, por lo cual el lenguaje los envuelve y los adentra en la cultura, desde el primer contacto.
Si bien cada niño es un mundo y va desplegando las potencialidades a su ritmo, hay adquisiciones que son esperables a cierta edad, como decir las primeras palabras, sentarse y caminar. Son habilidades que deben ser controladas por el pediatra, en primera instancia.
En los primeros ocho años la mayoría de los niños entran en el proceso de escolarización o de educación formal, con el jardín de infantes -algunos antes con el jardín maternal- y, luego, con la escuela primaria. Allí se reúnen con sus pares y tienen educadores que promueven el aprendizaje físico, social y cognitivo.
El jardín y la escuela son centros educativos -extrafamiliares- donde los pequeños se encuentran con realidades diversas a la suya y van superando desafíos de todo tipo, desde entablar una amistad, hasta resolver un problema de matemáticas.
Consecuencias de la violencia en la primera infancia
La violencia afecta a la salud integral en cualquier etapa de la vida, pero en la primera infancia tiene la particularidad de naturalizarse con mayor facilidad, es decir, si se experimentan situaciones violentas en los primeros años puede creerse que son normales o esperables.
Si la violencia se naturaliza es probable que pronto el niño la ejerza en otros vínculos, por ejemplo, con sus pares, maestros/as, hermanos/as, mascotas. También favorece que crea que es un modo válido de relacionarse y ya siendo adulto sea una persona violenta con su pareja, hijos/as, en el trabajo, etcétera.
Sin embargo, muchas veces se puede salir del círculo de la violencia por medio de la reflexión, el aprendizaje y la ayuda terapéutica (algunas veces es más difícil que otras). En la educación contra la violencia los medios de comunicación y las instituciones educativas también tienen gran rol.
Ningún bebé o niño -nadie en realidad- debería estar expuesto a la violencia, pues genera daños irreparables. Englobamos aquí la violencia física (ej.: golpes de cualquier tipo, tirones de pelo, empujones, ausencia de cuidados médicos, de control y ante accidentes), sexual (ej.: abusos en sus distintas variantes, tener relaciones frente al niño), emocional (ej.: gritos, insultos) y psicológica (ej.: exigencias excesivas para la edad, amenazas, intimidaciones, sobreprotección patológica, falta de atención).
La violencia en esta etapa puede tener también un mayor impacto y un pronóstico menos favorable, es por ello que hay que promover y proteger, especialmente, los derechos de la infancia.
Cómo cuidar la primera infancia
Los bebés y niños/as en sus primeros años de vida necesitan de uno o más cuidadores responsables, que pueden ser madres, padres, tíos, abuelos/as, pero lo fundamental es una presencia que dé seguridad afectiva al niño y que el pequeño entienda que siempre va a estar a su lado.
La crianza debe ser amorosa, con tiempo dedicado a la estimulación y al juego, con límites claros, expresados con respeto y acorde a las posibilidades de la edad y singularidad del niño/a.
La sociabilización es también muy importante para aprender a interactuar con adultos, otros niños y animales. En todo momento estamos enseñando habilidades sociales, por ejemplo, cuando les hablamos al cambiarles un pañal, cuando los llevamos a la plaza, cumpleaños o evento, les decimos que digan “por favor” y “gracias”, etcétera.
Los cuidados médicos, idealmente, comienzan en el momento en que la o las personas deciden gestar una nueva vida o en el momento en que el niño se incorpora a la familia por medio de la adopción. En el embarazo y parto hay controles y cuidados específicos, así como visitas periódicas al pediatra en los primeros años en las que se evalúa el desarrollo -ej.: peso, altura, motricidad fina y gruesa, presencia de mirada conjunta, sonrisa social, comidas, aprender a sentarse y caminar-.
La alimentación saludable y variada le dará al pequeño fuerzas para crecer y acostumbrará su paladar a determinados alimentos y sabores, es por ello una oportunidad para que deguste alimentos reales -frutas, verduras, cereales, legumbres, carnes-.
El desarrollo de la autonomía debe ser progresivo y acompañado, confiando en las potencialidades del niño. El “BLW” (Baby Lead Weaning) o en su versión “BLISS” (Baby Led Introduction to Solids) y el “movimiento libre” van en esta dirección; en el primer caso: haciendo lugar a la autorregulación en la ingesta y en el segundo haciendo foco en: el respeto por los tiempos, formas y preferencias de movimientos.
Es muy importante validar las emociones que el niño va transitando -alegría, enojo, frustración, tristeza, etc.-, es decir, entender, aceptar y acompañar estos procesos, poniéndonos en el lugar del niño. De a poco, el niño irá aprendiendo a gestionar sus emociones de manera más habilidosa, pero en los primeros cuatro años de vida -especialmente a los dos y tres años- habrá muchos estallidos de llanto y enojo, siendo totalmente saludable (siempre dentro de ciertos límites, a evaluar por un profesional psicólogo, de ser necesario).
Art. actualizado: Octubre 2022; sobre el original de abril, 2014.
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