Definición de Imperio Aqueménida
Periodista esp. e investigador
Cuando mencionamos los grandes imperios de la antigüedad, rápidamente nos viene un nombre a la cabeza: Roma. Y, en segundo lugar, tal vez Grecia, pensando realmente en la Macedonia de Alejandro Magno bañada en la cultura griega clásica.
Pero en el cruce de civilizaciones que ha sido el medio oriente, hay otro imperio, muchas veces olvidado, que también asombró -y conquistó- al mundo hasta que el ya mencionado Alejandro Magno acabó con él: el Imperio Aqueménida.
El Imperio Aqueménida fue el primer imperio fundado por los pobladores de la actual República de Irán (los persas).
Su nombre le viene dado por el que fue su fundador mitológico, Aquemenes (por lo menos, no se ha podido constatar la existencia real de este personaje).
Los griegos conocieron a los persas como medos, y esto tiene su razón: inicialmente, Persia fue tributaria del Imperio Medo… hasta que su fortaleza fue tal que acabó conquistando a dicho imperio.
La habilidad de los persas aqueménidas para mantener los estados conquistados dentro de su estructura político-social fue destacable.
A diferencia de otras potencias colonizadoras que vería la historia a posteriori, cuando el Imperio Aqueménida absorbía un reino, no imponía su religión ni su idioma, aunque si lo hacía con su estructura burocrática y administrativa, buscando, eso sí, mantener al frente de la organización un noble local.
Estos nobles recibían el nombre de sátrapa, una denominación que ha pasado, en la actualidad, a denominar injustamente a quien actúa al mando de forma dictatorial. Aunque, ciertamente, el gobierno de los sátrapas era personalista y despótico, no lo era más que muchos otros mandatarios de otras culturas de la época y posteriores.
El Rey de reyes (título que tenía el soberano persa) también se intitulaba con el cargo regio del país conquistado. En Egipto, por ejemplo, era faraón.
Esto no impidió que en diversos territorios se produjeran revueltas, como en el caso de Egipto, pero en general provocó que las poblaciones conquistadas quedaran satisfechas al poder seguir haciendo su vida normal.
También es cierto que, normalmente, a cada cambio de monarca, el rey entrante debía ocuparse en primer lugar de pacificar el Imperio debido a las revueltas que había provocado el cambio, ya que a veces las distintas naciones dentro del Imperio apoyaban na candidatos diferentes al trono o, simplemente, aprovechaban la ocasión para intentar independizarse.
Un buen ejemplo de esta política fue la absorción de las ciudades griegas de Jonia (en la actual costa de Turquía), cuando el Imperio Aqueménida conquistó el Reino de Lidia.
Dichas ciudades, tributarias de Lidia, disfrutaron de la misma autonomía e incluso más, bajo soberanía imperial persa, hasta que fueron incitadas a la rebelión desde Grecia. Dicha rebelión fue aplastada a sangre y fuego porque, si había algo que no toleraba la jerarquía del Imperio, esto era la rebelión.
El modelo de asimilación de los territorios también se producía en el ejército.
Así, cada unidad procedente de cada uno de los países que conformaban el Imperio, entraba a luchar con su uniforme y su panoplia propia, lo que no evitó que también existieran intercambios tecnológicos en materia de armamento entre los pueblos que conformaban el Imperio.
Tras la absorción del Imperio Medo, el naciente Imperio Aqueménida se lanzó sobre el Imperio Neobabilónico.
Tras esto, el Imperio Aqueménida se expandió en dos direcciones, este y oeste; por la primera, llegaría en su máximo esplendor hasta la cordillera del Hindu Kush, en el actual Afganistán, mientras que al oeste, llegaba hasta el Mediterráneo, conquistando Asia Menor y Egipto.
La expansión territorial llegó a su culmen con la anexión de Tracia, lo cual permitía a Persia poner un pie en Europa. Pero, a partir de aquí, llegaron los primeros fracasos militares.
Los más famosos de todos sean tal vez las Guerras Médicas contra los griegos, que frenaron la expansión europea de los aqueménidas, pero una derrota menos conocida e igual de vital fue contra los escitas, una confederación de pueblos nómadas que habitó en la zona del Cáucaso y la costa norte del Mar Negro.
Los escitas practicaron una política de “tierra quemada” que dificultó enormemente los movimientos del gran ejército persa, el cual al final tuvo que volver a su punto de partida ya que no podía mantenerse sobre el terreno.
Pese a estas derrotas, y también pese a una serie de pérdidas y recuperaciones de distintos territorios (Egipto fue persa en dos ocasiones, logrando en otras dos temporalmente la independencia), el Imperio Aqueménida sobrevivió, pero solamente hasta la irrupción de Alejandro Magno.
Basándose en el poder establecido por su padre, Filipo II de Macedonia, y también en su idea de conquista del Imperio Persa, Alejandro Magno armó un ejército de soldados macedonios y aliados griegos y, en 332 a.C, se lanzó a la conquista del Imperio Aqueménida.
Tras una serie de victorias (Isos, Gránico, Gaugamela), el Magno completaría la conquista de los territorios del Imperio Aqueménida, anexando este de una forma que había aprendido de los mismos persas: dejando al mando a gobernantes locales, en algunos casos los mismos sátrapas que ya estaban en tiempos de los aqueménidas.
El mismo Alejandro también adoptó algunas costumbres orientales persas, para disgusto de los suyos, que las veían como costumbres bárbaras…
Al Imperio Aqueménida le sucedería, tras la muerte de Alejandro en 323 a.C, el Imperio Seleúcida (por Seleuco, uno de los compañeros del Magno) y, tras este, el Imperio Parto, que precedería al Segundo Imperio Persa, el Imperio Sasánida (por el nombre de sun dinastía reinante).
Foto: Fotolia – Keith Tarrier
Trabajo publicado en: Jun., 2018.
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